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 Mares de Portugal Josep Vicent Monzó No es la primera vez que Luis Vioque viaja a Portugal para encontrar los momentos adecuados para fijar su mirada. En 1992 fue la mágica ciudad de Lisboa la escogida para lograr captar su luz atlántica a través de sencillos y enigmáticas imágenes que nos evocan sus poéticos recuerdos. Fueron los primeros intentos fuera de Madrid, su entorno habitual, donde la mirada del fotógrafo iba perfilando un camino hacia nuevos horizontes. Eran trabajos en los que las inquietudes de su mirada no escapaban de las óptimas influencias de su cercano período de formación y que le ayudaron a encontrar su particular forma de ver, al comprender que la esencia de su trabajo no depende de la importancia del objeto que mira, sino de la intensidad con la que decide compartir cada instante vivido. Su verdadera personalidad trasciende el estilo de narración y su poética se amplifica notablemente. Sus nuevos planteamientos son transformados sobre pequeños y alargados papeles rectangulares, donde las escenas captadas contienen una aparente naturalidad. Situaciones a lo largo de un recorrido incesante a través de sus conocidos paisajes, donde encuentra el ansiado momento para accionar el obturador de su cámara fotográfica. No necesita alejarse demasiado de los alrededores de su hogar y a partir de 1996, ya sea a lo largo de los desplazamientos hacia el lugar del trabajo diario -pues Luis Vioque se dedica sólo parcialmente a su apasionada escritura con la luz- o en sus continuas excursiones, va encontrando las pequeñas pero intensas vivencias que irá ampliando cuando recorre las llanuras de Castilla, las orillas del Mediterráneo, la isla de Menorca o el norte asturiano. Sus diminutos hallazgos enloquecen la mirada del observador transportando su conciencia hacia la situación de ese gran mundo que nos rodea y que nos acoge con tanta ternura y mágica benevolencia. No es casual que el observador reciba este cordial abrazo que nos separa del aburrido y nostálgico recuerdo, para acercarnos a una solidaria unión con la escena observada. Experiencia que transmite con exactitud el carácter de Luis Vioque. No es un falso sentimiento que sigue las modas imperantes, que por un lado insisten en mostrar grandes y elocuentes acontecimientos o en un sentido contrario nos abren las puertas de su más íntima privacidad. Es el reflejo de una verdadera inquietud que no necesita planteamientos teóricos de envergadura, pero sí de un gran conocimiento de la Historia, y no sólo de la fotográfica. Un conocimiento que recupera la tradición paisajística con un gran componente de modernidad y que le sitúa perfectamente entre los artistas que han entendido cuál es su compromiso personal, frente a la situación que atravesamos en esta frontera de cambio de milenio. Desde el inicio de esta nueva etapa, en su recorrido por la Península Ibérica, le faltaba revisitar la costa portuguesa para aplicar su nueva mirada. La decisión acertada de viajar por los Mares de Portugal comenzó en mayo de 2001, partiendo desde Oporto hacia el sur. Un segundo viaje, realizado en junio de 2003, desde Tuy y hasta Ayamonte, nos permite ahora la contemplación de una nueva y exquisita selección de estos hermosos y fronterizos espacios abiertos que sólo existen entre las tierras portuguesas y el Atlántico. Las grandes extensiones de arena junto a esos mares que tanto le atraen son una huida consciente de la masificación de las grandes ciudades, mostrando una escasa, pero delicada presencia humana. La huella de la civilización es marcada con gran intensidad por el contraste de diferentes artilugios que aparecen y amplifican la pureza de la arena, como sucede en la Praia de Santo André. Una atmósfera enigmática que permanece en cada una de las imágenes de este singular viaje, eligiendo con meticulosa decisión cada uno de sus encuentros. Los restos de una escalinata en la Praia Miramar los encuadra con una total precisión, para obligar a que las olas del océano sean una continuación de sus escalones y que finalicen en la misma línea del horizonte. Una línea que es quebrada de nuevo por los postes de un fantasmagórico tendido eléctrico en Figueira da Foz, por un rayado parapeto en Melides o ese aislado automóvil en las costas de Santa Cruz. Otras veces el horizonte es transformado por una fila de esas clásicas maderas que intentan proteger la vegetación en la playa de Mira. Su mirada alterna la dirección hacia las oscuras aguas o se detiene frente a ese pequeño faro del Cabo Espichel donde nos impresiona la soledad y abandono de un caserío situado en primer plano. Los surcos producidos por los efectos de la marea son los protagonistas en la playa de Señor da Pedra, pero de nuevo aparece por la izquierda una extraña carretera que se entierra en el horizonte, seguramente para acceder al precioso caserío situado entre las rocas del acantilado. Un viaje por el Atlántico que nos muestra el fruto de la exploración de un país donde el éxtasis alcanzado en cada lugar es transmitido con gran intensidad. Ésta es la principal intención cuando se ha elegido la fotografía como una forma de expresión y Luis Vioque lo ha conseguido con una gran maestría y sobre un tema con el que la mayoría de las veces los resultados obtenidos no permiten encontrar la clave de la intencionalidad del autor, sobresaliendo exclusivamente las características que realzan la belleza del paisaje observado. Pero Luis Vioque domina a la perfección las claves de la comunicación, como lo demuestra cuando se encuentra con ese atardecer en la Praia de Barril. Los principales protagonistas de la escena rivalizan entre sí en la captación de su mirada, pero el resultado presenta una ajustada composición y las oscuras islas de vegetación serán el fondo que permita que las blancas y solitarias sillas y la mesa nos obliguen a recapacitar sobre lo acontecido justo antes de ese precioso e infinitesimal instante. Y nuestra imaginación no adivinará nunca lo que acontece unos segundos después de ese encuentro entre dos diminutas figuras humanas y la embarcación que navega frente a la Vila de Santo Antonio. Josep Vicent Monzó, junio de 2004
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 Mares de Portugal Josep Vicent Monzó No es la primera vez que Luis Vioque viaja a Portugal para encontrar los momentos adecuados para fijar su mirada. En 1992 fue la mágica ciudad de Lisboa la escogida para lograr captar su luz atlántica a través de sencillos y enigmáticas imágenes que nos evocan sus poéticos recuerdos. Fueron los primeros intentos fuera de Madrid, su entorno habitual, donde la mirada del fotógrafo iba perfilando un camino hacia nuevos horizontes. Eran trabajos en los que las inquietudes de su mirada no escapaban de las óptimas influencias de su cercano período de formación y que le ayudaron a encontrar su particular forma de ver, al comprender que la esencia de su trabajo no depende de la importancia del objeto que mira, sino de la intensidad con la que decide compartir cada instante vivido. Su verdadera personalidad trasciende el estilo de narración y su poética se amplifica notablemente. Sus nuevos planteamientos son transformados sobre pequeños y alargados papeles rectangulares, donde las escenas captadas contienen una aparente naturalidad. Situaciones a lo largo de un recorrido incesante a través de sus conocidos paisajes, donde encuentra el ansiado momento para accionar el obturador de su cámara fotográfica. No necesita alejarse demasiado de los alrededores de su hogar y a partir de 1996, ya sea a lo largo de los desplazamientos hacia el lugar del trabajo diario -pues Luis Vioque se dedica sólo parcialmente a su apasionada escritura con la luz- o en sus continuas excursiones, va encontrando las pequeñas pero intensas vivencias que irá ampliando cuando recorre las llanuras de Castilla, las orillas del Mediterráneo, la isla de Menorca o el norte asturiano. Sus diminutos hallazgos enloquecen la mirada del observador transportando su conciencia hacia la situación de ese gran mundo que nos rodea y que nos acoge con tanta ternura y mágica benevolencia. No es casual que el observador reciba este cordial abrazo que nos separa del aburrido y nostálgico recuerdo, para acercarnos a una solidaria unión con la escena observada. Experiencia que transmite con exactitud el carácter de Luis Vioque. No es un falso sentimiento que sigue las modas imperantes, que por un lado insisten en mostrar grandes y elocuentes acontecimientos o en un sentido contrario nos abren las puertas de su más íntima privacidad. Es el reflejo de una verdadera inquietud que no necesita planteamientos teóricos de envergadura, pero sí de un gran conocimiento de la Historia, y no sólo de la fotográfica. Un conocimiento que recupera la tradición paisajística con un gran componente de modernidad y que le sitúa perfectamente entre los artistas que han entendido cuál es su compromiso personal, frente a la situación que atravesamos en esta frontera de cambio de milenio. Desde el inicio de esta nueva etapa, en su recorrido por la Península Ibérica, le faltaba revisitar la costa portuguesa para aplicar su nueva mirada. La decisión acertada de viajar por los Mares de Portugal comenzó en mayo de 2001, partiendo desde Oporto hacia el sur. Un segundo viaje, realizado en junio de 2003, desde Tuy y hasta Ayamonte, nos permite ahora la contemplación de una nueva y exquisita selección de estos hermosos y fronterizos espacios abiertos que sólo existen entre las tierras portuguesas y el Atlántico. Las grandes extensiones de arena junto a esos mares que tanto le atraen son una huida consciente de la masificación de las grandes ciudades, mostrando una escasa, pero delicada presencia humana. La huella de la civilización es marcada con gran intensidad por el contraste de diferentes artilugios que aparecen y amplifican la pureza de la arena, como sucede en la Praia de Santo André. Una atmósfera enigmática que permanece en cada una de las imágenes de este singular viaje, eligiendo con meticulosa decisión cada uno de sus encuentros. Los restos de una escalinata en la Praia Miramar los encuadra con una total precisión, para obligar a que las olas del océano sean una continuación de sus escalones y que finalicen en la misma línea del horizonte. Una línea que es quebrada de nuevo por los postes de un fantasmagórico tendido eléctrico en Figueira da Foz, por un rayado parapeto en Melides o ese aislado automóvil en las costas de Santa Cruz. Otras veces el horizonte es transformado por una fila de esas clásicas maderas que intentan proteger la vegetación en la playa de Mira. Su mirada alterna la dirección hacia las oscuras aguas o se detiene frente a ese pequeño faro del Cabo Espichel donde nos impresiona la soledad y abandono de un caserío situado en primer plano. Los surcos producidos por los efectos de la marea son los protagonistas en la playa de Señor da Pedra, pero de nuevo aparece por la izquierda una extraña carretera que se entierra en el horizonte, seguramente para acceder al precioso caserío situado entre las rocas del acantilado. Un viaje por el Atlántico que nos muestra el fruto de la exploración de un país donde el éxtasis alcanzado en cada lugar es transmitido con gran intensidad. Ésta es la principal intención cuando se ha elegido la fotografía como una forma de expresión y Luis Vioque lo ha conseguido con una gran maestría y sobre un tema con el que la mayoría de las veces los resultados obtenidos no permiten encontrar la clave de la intencionalidad del autor, sobresaliendo exclusivamente las características que realzan la belleza del paisaje observado. Pero Luis Vioque domina a la perfección las claves de la comunicación, como lo demuestra cuando se encuentra con ese atardecer en la Praia de Barril. Los principales protagonistas de la escena rivalizan entre sí en la captación de su mirada, pero el resultado presenta una ajustada composición y las oscuras islas de vegetación serán el fondo que permita que las blancas y solitarias sillas y la mesa nos obliguen a recapacitar sobre lo acontecido justo antes de ese precioso e infinitesimal instante. Y nuestra imaginación no adivinará nunca lo que acontece unos segundos después de ese encuentro entre dos diminutas figuras humanas y la embarcación que navega frente a la Vila de Santo Antonio. Josep Vicent Monzó, junio de 2004
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 Mares de Portugal Josep Vicent Monzó No es la primera vez que Luis Vioque viaja a Portugal para encontrar los momentos adecuados para fijar su mirada. En 1992 fue la mágica ciudad de Lisboa la escogida para lograr captar su luz atlántica a través de sencillos y enigmáticas imágenes que nos evocan sus poéticos recuerdos. Fueron los primeros intentos fuera de Madrid, su entorno habitual, donde la mirada del fotógrafo iba perfilando un camino hacia nuevos horizontes. Eran trabajos en los que las inquietudes de su mirada no escapaban de las óptimas influencias de su cercano período de formación y que le ayudaron a encontrar su particular forma de ver, al comprender que la esencia de su trabajo no depende de la importancia del objeto que mira, sino de la intensidad con la que decide compartir cada instante vivido. Su verdadera personalidad trasciende el estilo de narración y su poética se amplifica notablemente. Sus nuevos planteamientos son transformados sobre pequeños y alargados papeles rectangulares, donde las escenas captadas contienen una aparente naturalidad. Situaciones a lo largo de un recorrido incesante a través de sus conocidos paisajes, donde encuentra el ansiado momento para accionar el obturador de su cámara fotográfica. No necesita alejarse demasiado de los alrededores de su hogar y a partir de 1996, ya sea a lo largo de los desplazamientos hacia el lugar del trabajo diario -pues Luis Vioque se dedica sólo parcialmente a su apasionada escritura con la luz- o en sus continuas excursiones, va encontrando las pequeñas pero intensas vivencias que irá ampliando cuando recorre las llanuras de Castilla, las orillas del Mediterráneo, la isla de Menorca o el norte asturiano. Sus diminutos hallazgos enloquecen la mirada del observador transportando su conciencia hacia la situación de ese gran mundo que nos rodea y que nos acoge con tanta ternura y mágica benevolencia. No es casual que el observador reciba este cordial abrazo que nos separa del aburrido y nostálgico recuerdo, para acercarnos a una solidaria unión con la escena observada. Experiencia que transmite con exactitud el carácter de Luis Vioque. No es un falso sentimiento que sigue las modas imperantes, que por un lado insisten en mostrar grandes y elocuentes acontecimientos o en un sentido contrario nos abren las puertas de su más íntima privacidad. Es el reflejo de una verdadera inquietud que no necesita planteamientos teóricos de envergadura, pero sí de un gran conocimiento de la Historia, y no sólo de la fotográfica. Un conocimiento que recupera la tradición paisajística con un gran componente de modernidad y que le sitúa perfectamente entre los artistas que han entendido cuál es su compromiso personal, frente a la situación que atravesamos en esta frontera de cambio de milenio. Desde el inicio de esta nueva etapa, en su recorrido por la Península Ibérica, le faltaba revisitar la costa portuguesa para aplicar su nueva mirada. La decisión acertada de viajar por los Mares de Portugal comenzó en mayo de 2001, partiendo desde Oporto hacia el sur. Un segundo viaje, realizado en junio de 2003, desde Tuy y hasta Ayamonte, nos permite ahora la contemplación de una nueva y exquisita selección de estos hermosos y fronterizos espacios abiertos que sólo existen entre las tierras portuguesas y el Atlántico. Las grandes extensiones de arena junto a esos mares que tanto le atraen son una huida consciente de la masificación de las grandes ciudades, mostrando una escasa, pero delicada presencia humana. La huella de la civilización es marcada con gran intensidad por el contraste de diferentes artilugios que aparecen y amplifican la pureza de la arena, como sucede en la Praia de Santo André. Una atmósfera enigmática que permanece en cada una de las imágenes de este singular viaje, eligiendo con meticulosa decisión cada uno de sus encuentros. Los restos de una escalinata en la Praia Miramar los encuadra con una total precisión, para obligar a que las olas del océano sean una continuación de sus escalones y que finalicen en la misma línea del horizonte. Una línea que es quebrada de nuevo por los postes de un fantasmagórico tendido eléctrico en Figueira da Foz, por un rayado parapeto en Melides o ese aislado automóvil en las costas de Santa Cruz. Otras veces el horizonte es transformado por una fila de esas clásicas maderas que intentan proteger la vegetación en la playa de Mira. Su mirada alterna la dirección hacia las oscuras aguas o se detiene frente a ese pequeño faro del Cabo Espichel donde nos impresiona la soledad y abandono de un caserío situado en primer plano. Los surcos producidos por los efectos de la marea son los protagonistas en la playa de Señor da Pedra, pero de nuevo aparece por la izquierda una extraña carretera que se entierra en el horizonte, seguramente para acceder al precioso caserío situado entre las rocas del acantilado. Un viaje por el Atlántico que nos muestra el fruto de la exploración de un país donde el éxtasis alcanzado en cada lugar es transmitido con gran intensidad. Ésta es la principal intención cuando se ha elegido la fotografía como una forma de expresión y Luis Vioque lo ha conseguido con una gran maestría y sobre un tema con el que la mayoría de las veces los resultados obtenidos no permiten encontrar la clave de la intencionalidad del autor, sobresaliendo exclusivamente las características que realzan la belleza del paisaje observado. Pero Luis Vioque domina a la perfección las claves de la comunicación, como lo demuestra cuando se encuentra con ese atardecer en la Praia de Barril. Los principales protagonistas de la escena rivalizan entre sí en la captación de su mirada, pero el resultado presenta una ajustada composición y las oscuras islas de vegetación serán el fondo que permita que las blancas y solitarias sillas y la mesa nos obliguen a recapacitar sobre lo acontecido justo antes de ese precioso e infinitesimal instante. Y nuestra imaginación no adivinará nunca lo que acontece unos segundos después de ese encuentro entre dos diminutas figuras humanas y la embarcación que navega frente a la Vila de Santo Antonio. Josep Vicent Monzó, junio de 2004
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 Mares de Portugal Josep Vicent Monzó No es la primera vez que Luis Vioque viaja a Portugal para encontrar los momentos adecuados para fijar su mirada. En 1992 fue la mágica ciudad de Lisboa la escogida para lograr captar su luz atlántica a través de sencillos y enigmáticas imágenes que nos evocan sus poéticos recuerdos. Fueron los primeros intentos fuera de Madrid, su entorno habitual, donde la mirada del fotógrafo iba perfilando un camino hacia nuevos horizontes. Eran trabajos en los que las inquietudes de su mirada no escapaban de las óptimas influencias de su cercano período de formación y que le ayudaron a encontrar su particular forma de ver, al comprender que la esencia de su trabajo no depende de la importancia del objeto que mira, sino de la intensidad con la que decide compartir cada instante vivido. Su verdadera personalidad trasciende el estilo de narración y su poética se amplifica notablemente. Sus nuevos planteamientos son transformados sobre pequeños y alargados papeles rectangulares, donde las escenas captadas contienen una aparente naturalidad. Situaciones a lo largo de un recorrido incesante a través de sus conocidos paisajes, donde encuentra el ansiado momento para accionar el obturador de su cámara fotográfica. No necesita alejarse demasiado de los alrededores de su hogar y a partir de 1996, ya sea a lo largo de los desplazamientos hacia el lugar del trabajo diario -pues Luis Vioque se dedica sólo parcialmente a su apasionada escritura con la luz- o en sus continuas excursiones, va encontrando las pequeñas pero intensas vivencias que irá ampliando cuando recorre las llanuras de Castilla, las orillas del Mediterráneo, la isla de Menorca o el norte asturiano. Sus diminutos hallazgos enloquecen la mirada del observador transportando su conciencia hacia la situación de ese gran mundo que nos rodea y que nos acoge con tanta ternura y mágica benevolencia. No es casual que el observador reciba este cordial abrazo que nos separa del aburrido y nostálgico recuerdo, para acercarnos a una solidaria unión con la escena observada. Experiencia que transmite con exactitud el carácter de Luis Vioque. No es un falso sentimiento que sigue las modas imperantes, que por un lado insisten en mostrar grandes y elocuentes acontecimientos o en un sentido contrario nos abren las puertas de su más íntima privacidad. Es el reflejo de una verdadera inquietud que no necesita planteamientos teóricos de envergadura, pero sí de un gran conocimiento de la Historia, y no sólo de la fotográfica. Un conocimiento que recupera la tradición paisajística con un gran componente de modernidad y que le sitúa perfectamente entre los artistas que han entendido cuál es su compromiso personal, frente a la situación que atravesamos en esta frontera de cambio de milenio. Desde el inicio de esta nueva etapa, en su recorrido por la Península Ibérica, le faltaba revisitar la costa portuguesa para aplicar su nueva mirada. La decisión acertada de viajar por los Mares de Portugal comenzó en mayo de 2001, partiendo desde Oporto hacia el sur. Un segundo viaje, realizado en junio de 2003, desde Tuy y hasta Ayamonte, nos permite ahora la contemplación de una nueva y exquisita selección de estos hermosos y fronterizos espacios abiertos que sólo existen entre las tierras portuguesas y el Atlántico. Las grandes extensiones de arena junto a esos mares que tanto le atraen son una huida consciente de la masificación de las grandes ciudades, mostrando una escasa, pero delicada presencia humana. La huella de la civilización es marcada con gran intensidad por el contraste de diferentes artilugios que aparecen y amplifican la pureza de la arena, como sucede en la Praia de Santo André. Una atmósfera enigmática que permanece en cada una de las imágenes de este singular viaje, eligiendo con meticulosa decisión cada uno de sus encuentros. Los restos de una escalinata en la Praia Miramar los encuadra con una total precisión, para obligar a que las olas del océano sean una continuación de sus escalones y que finalicen en la misma línea del horizonte. Una línea que es quebrada de nuevo por los postes de un fantasmagórico tendido eléctrico en Figueira da Foz, por un rayado parapeto en Melides o ese aislado automóvil en las costas de Santa Cruz. Otras veces el horizonte es transformado por una fila de esas clásicas maderas que intentan proteger la vegetación en la playa de Mira. Su mirada alterna la dirección hacia las oscuras aguas o se detiene frente a ese pequeño faro del Cabo Espichel donde nos impresiona la soledad y abandono de un caserío situado en primer plano. Los surcos producidos por los efectos de la marea son los protagonistas en la playa de Señor da Pedra, pero de nuevo aparece por la izquierda una extraña carretera que se entierra en el horizonte, seguramente para acceder al precioso caserío situado entre las rocas del acantilado. Un viaje por el Atlántico que nos muestra el fruto de la exploración de un país donde el éxtasis alcanzado en cada lugar es transmitido con gran intensidad. Ésta es la principal intención cuando se ha elegido la fotografía como una forma de expresión y Luis Vioque lo ha conseguido con una gran maestría y sobre un tema con el que la mayoría de las veces los resultados obtenidos no permiten encontrar la clave de la intencionalidad del autor, sobresaliendo exclusivamente las características que realzan la belleza del paisaje observado. Pero Luis Vioque domina a la perfección las claves de la comunicación, como lo demuestra cuando se encuentra con ese atardecer en la Praia de Barril. Los principales protagonistas de la escena rivalizan entre sí en la captación de su mirada, pero el resultado presenta una ajustada composición y las oscuras islas de vegetación serán el fondo que permita que las blancas y solitarias sillas y la mesa nos obliguen a recapacitar sobre lo acontecido justo antes de ese precioso e infinitesimal instante. Y nuestra imaginación no adivinará nunca lo que acontece unos segundos después de ese encuentro entre dos diminutas figuras humanas y la embarcación que navega frente a la Vila de Santo Antonio. Josep Vicent Monzó, junio de 2004
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 Mares de Portugal Josep Vicent Monzó No es la primera vez que Luis Vioque viaja a Portugal para encontrar los momentos adecuados para fijar su mirada. En 1992 fue la mágica ciudad de Lisboa la escogida para lograr captar su luz atlántica a través de sencillos y enigmáticas imágenes que nos evocan sus poéticos recuerdos. Fueron los primeros intentos fuera de Madrid, su entorno habitual, donde la mirada del fotógrafo iba perfilando un camino hacia nuevos horizontes. Eran trabajos en los que las inquietudes de su mirada no escapaban de las óptimas influencias de su cercano período de formación y que le ayudaron a encontrar su particular forma de ver, al comprender que la esencia de su trabajo no depende de la importancia del objeto que mira, sino de la intensidad con la que decide compartir cada instante vivido. Su verdadera personalidad trasciende el estilo de narración y su poética se amplifica notablemente. Sus nuevos planteamientos son transformados sobre pequeños y alargados papeles rectangulares, donde las escenas captadas contienen una aparente naturalidad. Situaciones a lo largo de un recorrido incesante a través de sus conocidos paisajes, donde encuentra el ansiado momento para accionar el obturador de su cámara fotográfica. No necesita alejarse demasiado de los alrededores de su hogar y a partir de 1996, ya sea a lo largo de los desplazamientos hacia el lugar del trabajo diario -pues Luis Vioque se dedica sólo parcialmente a su apasionada escritura con la luz- o en sus continuas excursiones, va encontrando las pequeñas pero intensas vivencias que irá ampliando cuando recorre las llanuras de Castilla, las orillas del Mediterráneo, la isla de Menorca o el norte asturiano. Sus diminutos hallazgos enloquecen la mirada del observador transportando su conciencia hacia la situación de ese gran mundo que nos rodea y que nos acoge con tanta ternura y mágica benevolencia. No es casual que el observador reciba este cordial abrazo que nos separa del aburrido y nostálgico recuerdo, para acercarnos a una solidaria unión con la escena observada. Experiencia que transmite con exactitud el carácter de Luis Vioque. No es un falso sentimiento que sigue las modas imperantes, que por un lado insisten en mostrar grandes y elocuentes acontecimientos o en un sentido contrario nos abren las puertas de su más íntima privacidad. Es el reflejo de una verdadera inquietud que no necesita planteamientos teóricos de envergadura, pero sí de un gran conocimiento de la Historia, y no sólo de la fotográfica. Un conocimiento que recupera la tradición paisajística con un gran componente de modernidad y que le sitúa perfectamente entre los artistas que han entendido cuál es su compromiso personal, frente a la situación que atravesamos en esta frontera de cambio de milenio. Desde el inicio de esta nueva etapa, en su recorrido por la Península Ibérica, le faltaba revisitar la costa portuguesa para aplicar su nueva mirada. La decisión acertada de viajar por los Mares de Portugal comenzó en mayo de 2001, partiendo desde Oporto hacia el sur. Un segundo viaje, realizado en junio de 2003, desde Tuy y hasta Ayamonte, nos permite ahora la contemplación de una nueva y exquisita selección de estos hermosos y fronterizos espacios abiertos que sólo existen entre las tierras portuguesas y el Atlántico. Las grandes extensiones de arena junto a esos mares que tanto le atraen son una huida consciente de la masificación de las grandes ciudades, mostrando una escasa, pero delicada presencia humana. La huella de la civilización es marcada con gran intensidad por el contraste de diferentes artilugios que aparecen y amplifican la pureza de la arena, como sucede en la Praia de Santo André. Una atmósfera enigmática que permanece en cada una de las imágenes de este singular viaje, eligiendo con meticulosa decisión cada uno de sus encuentros. Los restos de una escalinata en la Praia Miramar los encuadra con una total precisión, para obligar a que las olas del océano sean una continuación de sus escalones y que finalicen en la misma línea del horizonte. Una línea que es quebrada de nuevo por los postes de un fantasmagórico tendido eléctrico en Figueira da Foz, por un rayado parapeto en Melides o ese aislado automóvil en las costas de Santa Cruz. Otras veces el horizonte es transformado por una fila de esas clásicas maderas que intentan proteger la vegetación en la playa de Mira. Su mirada alterna la dirección hacia las oscuras aguas o se detiene frente a ese pequeño faro del Cabo Espichel donde nos impresiona la soledad y abandono de un caserío situado en primer plano. Los surcos producidos por los efectos de la marea son los protagonistas en la playa de Señor da Pedra, pero de nuevo aparece por la izquierda una extraña carretera que se entierra en el horizonte, seguramente para acceder al precioso caserío situado entre las rocas del acantilado. Un viaje por el Atlántico que nos muestra el fruto de la exploración de un país donde el éxtasis alcanzado en cada lugar es transmitido con gran intensidad. Ésta es la principal intención cuando se ha elegido la fotografía como una forma de expresión y Luis Vioque lo ha conseguido con una gran maestría y sobre un tema con el que la mayoría de las veces los resultados obtenidos no permiten encontrar la clave de la intencionalidad del autor, sobresaliendo exclusivamente las características que realzan la belleza del paisaje observado. Pero Luis Vioque domina a la perfección las claves de la comunicación, como lo demuestra cuando se encuentra con ese atardecer en la Praia de Barril. Los principales protagonistas de la escena rivalizan entre sí en la captación de su mirada, pero el resultado presenta una ajustada composición y las oscuras islas de vegetación serán el fondo que permita que las blancas y solitarias sillas y la mesa nos obliguen a recapacitar sobre lo acontecido justo antes de ese precioso e infinitesimal instante. Y nuestra imaginación no adivinará nunca lo que acontece unos segundos después de ese encuentro entre dos diminutas figuras humanas y la embarcación que navega frente a la Vila de Santo Antonio. Josep Vicent Monzó, junio de 2004
x  Mares de Portugal Josep Vicent Monzó No es la primera vez que Luis Vioque viaja a Portugal para encontrar los momentos adecuados para fijar su mirada. En 1992 fue la mágica ciudad de Lisboa la escogida para lograr captar su luz atlántica a través de sencillos y enigmáticas imágenes que nos evocan sus poéticos recuerdos. Fueron los primeros intentos fuera de Madrid, su entorno habitual, donde la mirada del fotógrafo iba perfilando un camino hacia nuevos horizontes. Eran trabajos en los que las inquietudes de su mirada no escapaban de las óptimas influencias de su cercano período de formación y que le ayudaron a encontrar su particular forma de ver, al comprender que la esencia de su trabajo no depende de la importancia del objeto que mira, sino de la intensidad con la que decide compartir cada instante vivido. Su verdadera personalidad trasciende el estilo de narración y su poética se amplifica notablemente. Sus nuevos planteamientos son transformados sobre pequeños y alargados papeles rectangulares, donde las escenas captadas contienen una aparente naturalidad. Situaciones a lo largo de un recorrido incesante a través de sus conocidos paisajes, donde encuentra el ansiado momento para accionar el obturador de su cámara fotográfica. No necesita alejarse demasiado de los alrededores de su hogar y a partir de 1996, ya sea a lo largo de los desplazamientos hacia el lugar del trabajo diario -pues Luis Vioque se dedica sólo parcialmente a su apasionada escritura con la luz- o en sus continuas excursiones, va encontrando las pequeñas pero intensas vivencias que irá ampliando cuando recorre las llanuras de Castilla, las orillas del Mediterráneo, la isla de Menorca o el norte asturiano. Sus diminutos hallazgos enloquecen la mirada del observador transportando su conciencia hacia la situación de ese gran mundo que nos rodea y que nos acoge con tanta ternura y mágica benevolencia. No es casual que el observador reciba este cordial abrazo que nos separa del aburrido y nostálgico recuerdo, para acercarnos a una solidaria unión con la escena observada. Experiencia que transmite con exactitud el carácter de Luis Vioque. No es un falso sentimiento que sigue las modas imperantes, que por un lado insisten en mostrar grandes y elocuentes acontecimientos o en un sentido contrario nos abren las puertas de su más íntima privacidad. Es el reflejo de una verdadera inquietud que no necesita planteamientos teóricos de envergadura, pero sí de un gran conocimiento de la Historia, y no sólo de la fotográfica. Un conocimiento que recupera la tradición paisajística con un gran componente de modernidad y que le sitúa perfectamente entre los artistas que han entendido cuál es su compromiso personal, frente a la situación que atravesamos en esta frontera de cambio de milenio. Desde el inicio de esta nueva etapa, en su recorrido por la Península Ibérica, le faltaba revisitar la costa portuguesa para aplicar su nueva mirada. La decisión acertada de viajar por los Mares de Portugal comenzó en mayo de 2001, partiendo desde Oporto hacia el sur. Un segundo viaje, realizado en junio de 2003, desde Tuy y hasta Ayamonte, nos permite ahora la contemplación de una nueva y exquisita selección de estos hermosos y fronterizos espacios abiertos que sólo existen entre las tierras portuguesas y el Atlántico. Las grandes extensiones de arena junto a esos mares que tanto le atraen son una huida consciente de la masificación de las grandes ciudades, mostrando una escasa, pero delicada presencia humana. La huella de la civilización es marcada con gran intensidad por el contraste de diferentes artilugios que aparecen y amplifican la pureza de la arena, como sucede en la Praia de Santo André. Una atmósfera enigmática que permanece en cada una de las imágenes de este singular viaje, eligiendo con meticulosa decisión cada uno de sus encuentros. Los restos de una escalinata en la Praia Miramar los encuadra con una total precisión, para obligar a que las olas del océano sean una continuación de sus escalones y que finalicen en la misma línea del horizonte. Una línea que es quebrada de nuevo por los postes de un fantasmagórico tendido eléctrico en Figueira da Foz, por un rayado parapeto en Melides o ese aislado automóvil en las costas de Santa Cruz. Otras veces el horizonte es transformado por una fila de esas clásicas maderas que intentan proteger la vegetación en la playa de Mira. Su mirada alterna la dirección hacia las oscuras aguas o se detiene frente a ese pequeño faro del Cabo Espichel donde nos impresiona la soledad y abandono de un caserío situado en primer plano. Los surcos producidos por los efectos de la marea son los protagonistas en la playa de Señor da Pedra, pero de nuevo aparece por la izquierda una extraña carretera que se entierra en el horizonte, seguramente para acceder al precioso caserío situado entre las rocas del acantilado. Un viaje por el Atlántico que nos muestra el fruto de la exploración de un país donde el éxtasis alcanzado en cada lugar es transmitido con gran intensidad. Ésta es la principal intención cuando se ha elegido la fotografía como una forma de expresión y Luis Vioque lo ha conseguido con una gran maestría y sobre un tema con el que la mayoría de las veces los resultados obtenidos no permiten encontrar la clave de la intencionalidad del autor, sobresaliendo exclusivamente las características que realzan la belleza del paisaje observado. Pero Luis Vioque domina a la perfección las claves de la comunicación, como lo demuestra cuando se encuentra con ese atardecer en la Praia de Barril. Los principales protagonistas de la escena rivalizan entre sí en la captación de su mirada, pero el resultado presenta una ajustada composición y las oscuras islas de vegetación serán el fondo que permita que las blancas y solitarias sillas y la mesa nos obliguen a recapacitar sobre lo acontecido justo antes de ese precioso e infinitesimal instante. Y nuestra imaginación no adivinará nunca lo que acontece unos segundos después de ese encuentro entre dos diminutas figuras humanas y la embarcación que navega frente a la Vila de Santo Antonio. Josep Vicent Monzó, junio de 2004